sábado, 28 de agosto de 2021

RAFAEL OBLIGADO

 

  

 

Un cuento de las olas

A Celmira Jurado

 

 

¿Quién no ha visto en las orillas

del hermoso Paraná,

esa banda, siempre verde,

siempre móvil del juncal?

 

En las horas de la siesta,

cuando todo duerme en paz,

en las cuerdas de esa lira

van las olas a cantar.

 

Almas buenas y sencillas,

venid todas, y escuchad

lo que dicen esas olas

en el arpa del juncal.

 

Cuando el delta en muda calma

bajo el sol de enero está,

y el silencio es más sensible

porque arrulla la torcaz,

 

Ellas cuentan una historia

que repiten sin cesar,

una historia en que hay un nido

y un cantor del Paraná.

 

Sucedió que en varios juncos

reunidos en un haz,

con totoras y hojas secas

hizo nido un cardenal.

 

¡Con qué orgullo miró el ave,

bajo el sol primaveral,

sobre el agua movediza

columpiándose, su hogar!

 

Una rama de un seíbo,

inclinada hacia el raudal,

le dio sombras, flores rojas...

cuanto un árbol puede dar.

 

Y extendiendo hasta aquel nido

largo vástago un rosal,

fue en sus bordes, la mejilla

de una rosa a reclinar.

 

¡Qué contenta estaba el ave!

¡Qué prodigio musical

era entonces su garganta!

¡Qué inquietudes y qué afán!...

 

Pasó el tiempo. En el estío

los polluelos no son ya

tan pequeños, y hasta suelen

breves trinos ensayar.

 

Pero el río fue creciendo,

fue creciendo más y más,

y hubo un día en que una ola

saltó al seno del hogar.

 

¡Qué aleteos bulliciosos

les produjo el golpe audaz!...

siempre ha sido de la infancia

festejar la tempestad.

 

Recio viento de los llanos

una tarde hirió la faz,

con el choque de sus alas,

del soberbio Paraná;

 

Y las olas, irritadas,

empinándose a luchar,

en espuma convirtieron

su serena majestad.

 

¡Cómo duermen los pequeños

mientras brama el huracán

y las ondas los salpican

con su polvo de cristal!

 

Se vio el nido estremecerse,

y a su empuje, vacilar,

más sus crestas no alcanzaron

a la altura del juncal.

 

Pues si el río fue creciendo

cada día más y más,

él también fue levantando

sus varillas a la par.

 

Almas buenas y sencillas

que en la tierra hacéis hogar,

elegidlo con la ciencia

del pintado cardenal.

 

 

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