viernes, 12 de octubre de 2018

ETHEL KRAUZE





2 de octubre * 



Los he visto
en las noches,
en las fiestas,
fantasmas en el vino
y la risa
de los amigos:
Buscando el amanecer,
y el amanecer no era.
Se quedaron muriendo:
Buscaban su hermoso cuerpo
y encontraron sangre abierta.
Se quedaron muriendo.
No volvieron.
Se quedaron helados
en la esquina
de las balas:
muchedumbre de abejas en picada,
abejorros de plomo
plumas negras
negras alas cayendo
en la tarde del viernes,
en la plaza,
en el ruedo sin toros,
sin olés,
sin golondrinas.
Se quedaron muriendo
en Tlatelolco.
Festín de banderillas:
sólo ellas vinieron ese día
a picarles el lomo,
la cabeza,
a cortarles la oreja,
a montarlos en hombros.
Banderillas, banderolas:
bayonetas.

Ya vienen cayendo
esas punzantes mariposas:
diamantina de acero,
alfileres dormidos
voladores,
cuchillitos roedores,
ladradoras avispas.
¡Qué deslumbrante espectáculo!
¡Qué tremendo con los últimos humos de la pólvora!
Los veo, ahora,
cuando alguien ha cumplido diecisiete años.
Y ellos siguen
abrazándose al aire
con el grito en las manos,
buscando, todavía,
amanecer el 3.
Llegar siquiera al final
de ese octubre:
Era mes de canciones
y lunas
antes de Tlatelolco.
También los veo morir
en los que no murieron.
En los que se rindieron
a la yerba, o al trago,
a la demencia,
al burócrata,
al dólar,
al bastardo,
a la niebla.
Los veo en los señores
de traje y corbata,
en los traidores:
los que cumplen cuarenta,
los que pagan la cuenta
con tarjeta, con su firma:
los del miedo.
Los del déme la carta,
caballero.
Licenciado ¿al ajillo?
¿a la mostaza?
¿al curry suculento,
o el chateaubriand desea?
¡El poeta con papas,
para dos
y bien asado,
con su salsa bernesa!
Los he visto rondar
en los pasillos,
en las salas de espera,
a la hora de las tortas
y en el tedio.
En los que piden permiso
y compermiso
y cómo no.
En los que cuidan la entrada
y las espaldas;
en las bocas cerradas.
Sí señor, señor,
lo que el señor ordene.
¿Quién mató a mis hermanos?
¿Quién les puso esa trampa,
esa trompa de fuego
en la sien y en el cuello?
¡Lo que diga el señor!
¿Qué no está en el memorándum?
No,
su sangre no viene cantando:
es un chorro de espinas
en el sueño,
un espasmo de soles sofocados.
¡Siete copias, y un recado,
y un testigo,
y el cuerpo del delito!
No se cerraron sus ojos
ante los cuernos de hierro.
Cerraremos el archivo.
Levantaron la cabeza.

No hay pruebas por el momento.
La miel de su inteligencia,
hasta que diga el señor
hasta que amanezca.
Pero el señor aún no ha dicho.
Nadie dice. No.
Nadie dice los traigo atragantados
en la copa
en la ropa
en los zapatos.
Nadie dice.
Pero se metieron por la fuerza
en los renglones,
se acodaron en la mesa,
me preguntaron
cómo estuvo todo.


* García Lorca y Florit son mis padrinos, E. K.


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