jueves, 8 de noviembre de 2018

VÍCTOR A. JIMÉNEZ JÓDAR





La chica del vestido rojo



En el cruce de calles
de Plaza Damasqueros,
en la terraza en cuesta,
junto a la escalinata
que se alza al Realejo,
sobre un sillar de piedra
te sientas en la esquina.
Yo estoy sentado justo
enfrente, acompañado
de unos cuantos amigos,
en la puerta de un bar.

Te enciendes un cigarro
sentada en el bordillo,
la espalda en la pared.
Disimulado miro
el vestido que llevas
rojo a lunares blancos.
La sonrisa profunda
y triste. La mirada
fija en el horizonte.
La melena morena,
esparcida en los hombros.

¡En flor la primavera
persiste en tu hermosura!
Cierto aire sencillo
se acumula en tu ausencia.
Parece que te yergues
vívida ante la bruma,
valiente en la discordia.
Tu imagen se resuelve
revelación pagana
y te adentras conclusa,
locuaz en el misterio.

El caso es que hace un rato
me he cruzado contigo.
Caminando ibas cerca
de donde caminaba,
de manifestación,
junto a los anarquistas.
Durante unos segundos
me he fijado en tu porte.
Ibas radiante como
esta revolución
que inminente se forja.
Conversabas alegre,
perspicaz y atrevida.

Ahora, el voluble azar,
ha estimado volver
a encontrarnos ajenos
uno del otro.
Tú, allí sentada.
Yo, aquí en el bar.
Aunque no te conozco
he creído conocerte
desde toda la vida
y he querido escribir
el testimonio
de tu figura.

Justo en ese momento
un fotógrafo pasa,
y al quedarse prendado
de tan intensa imagen,
te pregunta si puede
hacerte algunas fotos.
Asientes ruborosa.
No posas. Sin embargo,
intuyo que te encanta.
Pareces ser consciente
de la atención secreta
-simbólica en la tarde-
que despierta la estampa.
Se despide el fotógrafo
agradeciendo el gesto.
Al rato llega un chico,
os besáis sonrientes
y os vais por la ciudad.
  


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