A dónde estáis, consuelos de mi alma
¿A
dónde estáis, consuelos de mi alma,
cantoras
de esta edad, hermanas mías,
que
os escucho sonar y nunca os veo,
que
os llamo y no atendéis mi voz amiga?
¿A
dónde estáis, risueñas y lozanas
juveniles
imágenes queridas?…
Yo
quiero veros, mi tristeza acrece
la
soledad mi padecer irrita;
a
darme aliento a mitigar mi pena
venid,
cantoras, con las sacras liras.
He
visto alguna vez que al cuerpo herido
flores
que sanan con su jugo aplican,
de
mi espíritu triste a la dolencia
yo
le aplicara la amistad que alivia.
Flores,
que la salud de pobre enferma
pudierais
reanimar con vuestra vista,
¿por
qué estáis de la tierra en el espacio,
colocadas
tan lejos de mi vida?…
Ése
es, cantoras, de infortunio el colmo,
ésa
en el mundo la mayor desdicha;
sufrir
el mal, adivinar remedio
y
no lograrlo cuando el bien nos brinda.—
No
he de lograrlo sola y olvidada,
como
el espino en la ribera umbría,
de
mi cariño las lozanas flores
lejos
de la amistad caerán marchitas.
Nunca
os veré; mi estrella indiferente
no
marca en mi vivir grandes desdichas,
pero
tampoco ¡ay Dios! grandes placeres,
tampoco
venturosas alegrías.
¿Qué
valen las desgracias si a sus horas
de
tormentoso afán sigue la dicha?
Es
menos bella la existencia, hermanas,
pálida,
melancólica, indecisa;
que
no tenga un azar de los que rinden
ni
una felicidad de las que animan.
¡A
Dios, auras de abril, rosas de mayo,
cantoras
bellas de la patria mía!
Yo
no puedo estrecharos en mis brazos,
yo
no puedo besar vuestras mejillas;
pero
al ardiente sol mando un suspiro
y
a la luna, al lucero y a la brisa
para
que allá, donde en la tierra os hallen,
lo
lleven en sus alas fugitivas.
¿Qué
dais, hermanas, de mi amor en pago?
Dadme
canciones tiernas y sencillas
reflejo
puro de las almas vuestras,
consuelo
activo de las ansias mías;
y
así podré exclamar «¡nunca las veo,
sin
verlas moriré, mas logro oírlas!»
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