lunes, 24 de enero de 2022

SAMUEL VÁSQUEZ

 

  

Ella

 

 

LLEGA A LA TIERRA PROMETIDA y no levanta allí
su casa; reconoce que dios la ha engañado de nuevo.
Llega a la belleza y quiebra su espejo; sabe que su
destino no es azogue sino epifanía. Llega a la verdad
y no se amaña allí: echa sobre sus hombros la pesada
carga y descubre un sendero hacia lo inefable con su
lámpara de oscuridad. Llega al domingo y no
descansa entonces; ama su pie errante. Adelantada a
sus propios pasos, invisible y silenciosa, no posee
luz propia pero sabe encender el fuego. Sin fe en el
camino, cuanto más se aleja más cerca está del
comienzo hasta alcanzarse a sí misma por la espalda,
pero no se reconoce. No mira hacia el horizonte que
la llama. No vuelve la cabeza para reconocer el
sendero de sal. Su rostro desaparece entre la bruma.
Su equívoco pie importa nada. Camina con zapatos
de felpa entre el simún, para que su rastro no pueda
ser seguido. Sólo el orden del polvo que ha
levantado en su errancia es lo que queda. Para evitar
explicaciones se defiende con olvido. La poesía.

 

 

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