domingo, 20 de marzo de 2022

CARLOS MARZAL

 

  

Las buenas intenciones

 

 

Como, mal que le pese, uno en el fondo es serio, 
debe dejar escrita su opinión del oficio 
(los muertos aplicados dejan su testamento 

aunque a los vivos, luego, no les complazca oírlo). 
Hablo con la certeza de que mis impresiones 
serán para los tristes una fuente de alivio. 

¿Me estará agradecida la juventud del orbe, 
siempre desorientada y falta de modelos, 
y me idolatrarán los investigadores? 

Escribo, simplemente, por tratarse de un método 
que me libra sin daño (sin demasiado daño) 
de cuestiones que a veces entorpecen mi sueño. 

Por tanto, los poemas han de ser necesarios 
para quien los escribe, y que así lo parezcan 
al paciente lector que acaba de comprarlos. 

Se me ocurre, además, que trato de dar cuenta 
de una vida moral, es decir, reflexiva, 
mediante un personaje que vive en los poemas. 

Esas ciertas cuestiones que he mencionado arriba 
son las viejas verdades que a la vida dan forma, 
y la forma en que urdimos nuestras viejas mentiras. 

Ahora bien, reconozco que no sólo me importan 
estas pocas razones. 

Escribo por capricho, 
y por juego también, para matar las horas. 

Porque puede que sea un destino escogido, 
pero también, sin duda, para obtener favores 
de algunas señoritas amigas de los libros. 

Me es grata la figura del artista de Corte, 
riguroso y mundano, descreído y profundo, 
que trata por igual la muerte y los escotes. 

Sobre qué es poesía nunca he estado seguro; 
tal vez conocimiento, o comunicación, 
o todo juntamente. 

Lo cierto es que el asunto 

carece de importancia, no afecta al creador. 
Doctores tiene ya nuestra Sagrada Iglesia 
y en futuros Concilios harán salir el sol 

para todos nosotros. 

Sin embargo, quisiera 
que se tuviese en cuenta el hecho de que existe 
poesía por vicio, porque es una manera 

que tienen unos pocos de vivir su declive, 
pero ignoro si hacerlo los convierte en más sabios 
y si esa obstinación los vuelve más felices. 

Aspiro a escribir bien y trato de ser claro. 
Cuido el metro y la rima, pero no me esclavizan; 
es fácil que la forma se convierta en obstáculo 

para que nos entiendan. 

La mejor poesía 
acierta con deslices, convierte lo imperfecto 
en un arte y se olvida de los juicios puristas. 

Aunque he escrito bebido, cuando escribo no bebo. 
Trabajo siempre a mano, y no me enorgullece 
no tener disciplina ni ser dueño de un método. 

No suelo, me figuro, romper lo suficiente, 
tal vez porque tampoco escribo demasiado, 
al pasar media vida ocupado en perderme. 

Del lector solicito como único regalo 
que esboce alguna vez una media sonrisa: 
tan sólo busco cómplices que sepan de qué hablo. 

No reclamo, por tanto, privilegios de artista: 
me limito a ordenar, quizá sin merecerlo, 
asuntos que una voz ignorada me dicta. 

De entre los infinitos poetas, yo prefiero 
a aquéllos que construyen con la emoción su obra 
y hacen del arte vida. 

De los demás descreo. 

Y para terminar, confieso que esta moda 
de componer poéticas resulta edificante. 
Con ella se demuestra que son distintas cosas 
lo que se quiere hacer y lo que al fin se hace. 

 

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