Remoto
Y
Sheherezada
se
instalaba
en una
silla destartalada
entre
las dos camitas
de los
hermanos
y
narraba cada noche
el
cuento de dormir.
Y
cuando crecieron
Sheherezada
leía a
la luz escasa
de una
lámpara
usada
las
interminables historias
de las
mil noches
y una.
Pasó la
vida.
La voz
de la princesa
que
imaginaba cuentos
se ha
callado.
Solo
queda en el aire
la
magia de algún eco
de
surtidor
o de
canción extraña
entonada
por esclavos
bajo
los naranjos floridos
un
jirón de esos velos
bordados
de las
favoritas
o el
brillo de los ojos
melancólicos
de un
sultán taciturno.
De: “Río de la memoria”
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