¡Atadla!
¡Desnudadla! ¡Sujetadle
los
brazos con la propia cabellera!
¡Sujetadle
los puños por la espalda!
¡Cerradle
el nudo con sus mismas trenzas!
Machacad
entretanto en el mortero
hasta
que polvo imperceptible sea,
la
antigua pasta... ¡Machacad de modo
que
en un polvo infernal cuaje la mezcla!
Mientras
esto se cumple, vieja maga,
no
olvides a las cómplices estrellas.
Yo
cuidaré del trébede maldito,
donde
el incienso que enbrujaste humea.
Y
cuando tú lo mandes, profetisa,
yo
mismo entre las carnes traicioneras,
le
marcaré el tatuaje, poco a poco,
conforme
al rito de la magia negra.
La
hechizaremos con tan grave hechizo
que
una roja locura la enceguezca,
y
con los ojos ciegos, desolada
por
infinito horror cruce la tierra.
De
modo tal que el sacrilegio horrendo
que
así me libra a la tieniebla eterna,
sea
el crimen más cruel que hayas cumplido,
¡sacerdotisa
de la magia negra!
Que
así la amo y así por su pecado
pierdo
el alma en las hórridas tinieblas...
¡Sacerdotisa!...
Sí... Nada me digas...
¡Sé
que el octavo círculo me espera!
Pues
yo mejor que tú sé de tus artes,
y
mucho más que tú sé de tu ciencia...
Por
eso, por tus signos te lo juro:
¡Ay
de ti si la cábala te yerra!
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