Mi Cristo de cobre
Quiero un lecho raído, burdo, austero
del hospital más pobre; quiero una
alondra que me cante en el alero;
y si es tal mi fortuna
que sea noche lunar la en que me muero,
entonces, oíd bien qué es lo que quiero:
quiero un rayo de luna
pálido, sutilísimo, ligero…
De esa luz quiero yo; de otra, ninguna.
Como el último pobre vergonzante,
quiero un lecho raído
en algún hospital desconocido
y algún Cristo de cobre agonizante
y una tremenda inmensidad de olvido
que, al tiempo de sentir que me he partido,
cojan la luz y vayan por delante.
Con eso soy feliz, nada más pido.
¿Para qué más fortuna
que mi lecho de pobre,
y mi rayo de luna,
y mi alondra y mi alero,
y mi Cristo de cobre,
que ha de ser lo primero…?
Con toda esa fortuna
y con mi atroz inmensidad de olvido,
contento moriré; nada más pido.
Quiero un lecho raído, burdo, austero
del hospital más pobre; quiero una
alondra que me cante en el alero;
y si es tal mi fortuna
que sea noche lunar la en que me muero,
entonces, oíd bien qué es lo que quiero:
quiero un rayo de luna
pálido, sutilísimo, ligero…
De esa luz quiero yo; de otra, ninguna.
Como el último pobre vergonzante,
quiero un lecho raído
en algún hospital desconocido
y algún Cristo de cobre agonizante
y una tremenda inmensidad de olvido
que, al tiempo de sentir que me he partido,
cojan la luz y vayan por delante.
Con eso soy feliz, nada más pido.
¿Para qué más fortuna
que mi lecho de pobre,
y mi rayo de luna,
y mi alondra y mi alero,
y mi Cristo de cobre,
que ha de ser lo primero…?
Con toda esa fortuna
y con mi atroz inmensidad de olvido,
contento moriré; nada más pido.
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