1. Íbamos al dolor sin
desengaño:
teníamos
la prisa de las navajas. Pero
aquella
noche el vino vació sus hechuras,
y
se alzó en nuestro sueño destapando su gato,
y
comenzó a dolernos
no
ya la soledad, ni la fatiga,
sino
algo muy pequeño aquí o allá, y entonces
se
nos hizo medrosa la paciencia,
nueva
la leña,
húmeda
la sal.
Y
esa noche temimos nuestro silencio:
eso
fue lo segundo que perdimos.
De: "La prisa"
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