Homenaje:
En memoria de Guillermo Fernández
1.
Como si
nada hubiera pasado
luces
de camión en la avenida, hogares
prefabricados
de concreto tiemblan en su estructura
y
aviones elevan su oración de pasajeros en el techo.
Debajo
de todo, el poeta muere cuantas muertes
se
ocultan en el asfalto que nos recorre.
Cada
día más cerca,
el dios
urbano de los hostiles
maldice
contra su piel henchida las ventanas
que
perdieron tiempo, risas crujiendo en el verano,
formas
de otras formas que no se manifiestan
y cose
mortajas para las niñas que todavía
esperan
levantar sus manos sin que otros las amenacen.
Es
marzo y el mundo se acaba.
Es
marzo y las niñas desaparecen.
No
dejemos la memoria congelarse.
2.
¿Quién
dejó crecer esta violencia? No sé.
No fue
así. Así no era. No tiene que ser: el poeta
asesinado
debe reencarnar en otro poeta, la niña muerta
en el
brazo de su nueva madre. El que mata a otro
no sabe
que, de alguna manera, se mata a sí mismo
en otra
tierra. No sabe. Hay que enseñarle cómo
se
sufre afuera de su piel, cómo los otros tratamos
de
deglutir nuestra miseria. Como todo, como vino,
como la
vida que nunca se disgrega,
¿Quién
dejó crecer esta violencia?
3.
Que los
huesos no se cansen de gritar
la
tensión de nervios en el cuello
y
falanges enlutadas ahora estiren:
Guillermo
Fernández está muerto.
Que se
aúllen los ritmos del crimen,
que la
voz no se hunda en nuestras manos:
tendrán
que ver los cuerpos en los ríos
que el
padecer insostenible no fue en vano.
Mataron
a una alumna en noviembre
después
de cobrar fianza, y la encontraron
sus padres
en un campo, descuartizada.
Hay
tantos como Guillermo que mataron:
angustia
de que
la muerte del poeta no se vea
en cada
sueño que regrese a nuestros muertos,
de que
el discurso por el aire sólo arranque
con
retórica los gritos fragmentarios
de una lágrima,
una voz, un sólo llanto
y los
queme lentamente en el silencio
como si
nada,
nunca,
hubiera
pasado.
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