Tercera tribulación: 5 de diciembre
Intento
hablarte, Señor, pero no respondes;
busco
fuera de estas paredes un signo que te revele,
en los
árboles del jardín,
en los
juegos de los niños,
en los
mendigos, en las palomas,
y sólo
encuentro el eco de un mundo al que arribé tarde.
No es
sólo la gente que camina como muerta en vida,
el
murmullo de los cuchillos en el ambiente,
el
flujo de palabras que apenas parecen ruido…
el
polvo en los zapatos anuncia la ruta,
las
manos son fauces cuando saludan,
el
viento, animal domesticado,
la luz
fría,
las
máquinas, las ventanas, los insectos:
sinfonía
que apaga cualquier ánimo.
Olvidé
que las fiestas deben santificarse para obtener significado
que los
libros se dedican, las casas se bendicen, los actos se consagran,
olvidé hasta
el sitio de mis manos al despertar.
¿Será
que agoté todas las formas de hablarte,
será
que el silencio ha comido mi pecho,
por eso
ya no hay calor en mis oraciones?
Tal vez
no escuché a las catequistas
y su
doctrina máxima —la felicidad—
parecía una meta y no un sendero…
O tal
vez sea una rabia antigua
enraizada
en el alma
y
podría quitarla hasta con las manos,
pero no
me atrevo.
Tu
canto descansa en una caja dorada que los profanos no tocamos
no en
los libros escritos en tu Nombre,
no en
los edificios donde te alaban,
no en
el prójimo que nos desea la muerte y cree que nos bendijo.
No
estás más allá de la voz al otro lado del teléfono,
en la
mujer desnuda que recorre mi alcoba,
en el
agua que refresca mis manos, a veces
el
único placer en las jornadas repetitivas.
Ya no
te conozco, Padre,
Tus
ojos detrás de las nubes dejaron de buscarme.
Aunque
cada uno de nosotros dibuje un camino,
la suma
de todos nuestros pasos permanecerá en el caos:
el
pasto será tragado por la hierba que creíamos arrancada,
llevaremos
nuestros muertos a sus tumbas,
lloraremos
en sus novenarios,
los
traeremos por años pegados a la ropa;
el
cielo volverá a llenarse de huracanes,
nuevas
Atlántidas nacerán en los mapas,
pero
esa lluvia en el horizonte
no
retrocederá.
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