domingo, 3 de abril de 2022

JULES SUPERVIELLE

 

 

 

El retrato

 

 

Madre, no sé muy bien cómo buscar a los muertos,
Me extravío en mi alma, en sus rostros escarpados,
En las zarzas y en sus miradas.
Ayúdame a regresar
De mis horizontes aspirados por unos labios vertiginosos.
Ayúdame a permanecer inmóvil,
¡Tantos gestos nos separan, tantos galgos crueles!
Que me inclino sobre el manantial en el que se forja tu silencio
En un reflejo de hojarasca que tu alma hace temblar.
¡Ah!, en tu fotografía
Apenas puedo ver de qué lado sopla tu mirada.
Y sin embargo nos vamos, tu retrato conmigo,
Tan condenados el uno al otro
Que nuestros pasos se parecen
En ese país clandestino
Por el que sólo pasamos nosotros.
Subimos extrañamente cotas y montañas
Y jugamos en la bajada como heridos sin manos.
Un cirio se derrite cada noche, salpica a la cara de la aurora,
La aurora que cada día sale de las sábanas cargadas de muerte,
Y medio asfixiada
Tarda en reconocerse.

Te hablo con dureza, mamá;
Hablo con dureza a los muertos porque es preciso hablarles así,
De pie en tejados resbalosos,
Con las dos manos ahuecadas y con un tono enfurecido,
Para dominar el silencio ensordecedor
Que quisiera separarnos, a nosotros los muertos y a nosotros los vivos.
De ti poseo unas cuantas joyas como fragmentos del invierno
Que descienden río abajo,
Esa pulsera fue tuya y brilla en la noche de un cofre
En esa noche aplastada en la que la luna creciente
Intenta en vano elevarse
Y vuelve a empezar una y otra vez, prisionera de lo imposible.

Fui tú con tanta fuerza, yo que lo soy tan débilmente,
Y tan unidos ambos que hubiésemos debido morir juntos
Como dos marinos medio ahogados, que se impiden nadar el uno al otro,
Dándose puntapiés en las profundidades del Atlántico
En donde comienzan los peces ciegos
Y los horizontes verticales.

Porque tú has sido yo
Puedo mirar un jardín sin pensar en otra cosa,
Elegir entre mis miradas,
Ir a mi encuentro.
Acaso quede aún
Una uña de tus manos entre las uñas de mis manos,
Una de tus pestañas mezclada con las mías;
Uno de tus latidos se pierde entre los latidos de mi corazón,
Yo lo reconozco entre todos ellos
Y sé retenerlo.

Pero ¿todavía late tu corazón? No lo necesitas,
Vives separada de ti como si fueras tu propia hermana,
Mi muerta de veintiocho años
Que me mira de tres cuartos,
Con el alma en equilibrio y llena de mesura.
Llevas el mismo vestido que ya nada desgastará,
Ha entrado en la eternidad con mucha dulzura
Y a veces cambia de color, pero yo soy el único que lo sabe.

Cigarras de cobre, leones de bronce, víboras de arcilla,
¡Aquí es donde nada respira!
El aliento de mi mentira
La única vida que me rodea.
Y he ahí en mi muñeca
El pulso mineral de los muertos,
Aquel que se oye si acercamos el cuerpo
A los estratos del cementerio.

 

 

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