jueves, 4 de febrero de 2021

LUIS ANTONIO DE VILLENA

 

 


El nombre de la desesperanza




Los viejos pederastas lloran por la noche.
No es extraño.
Entre el riesgo y el milagro su vida toda,
dudan de si es el Bien o el Mal
quien los posee.
Soñaron siempre una Hélade turbia.
Una paternidad erótica.
Una hermandad de goce primigenio.
Soñaron un mundo solar.
Pero las horas fueron, con frecuencia, temor y desventura.
Bajaron a los fondos de las cuevas.
Volaron sobre praderas dulces.
Su sueño -tan palpable- se deshacía en sueño.
Los viejos pederastas, ya muy viejos,
bajan al Metro por las tardes.
Los ojos les lloran por el humo.
Un cantautor les llamó sapos del subway.
Están más que habituados al desprecio.
Los viejos pederastas -humillados, heridos,
torpes, sin futuro-
lloran solitarios por las noches.
Rezan al Ángel de la Guarda.
Piensan en el Niño Dios.
No saben si abrirse las venas
(el rojo es un color muy hermoso).
Los viejos pederastas sienten
que la vida se les va de las manos,
y la nada sucede a la nada.
Los viejos pederastas leen a Voltaire,
y escriben su epitafio:
Si no pudiera ser un joven guerrero sioux,
Señor del Universo,
no volver. Sólo pido no volver, de nuevo...



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